En la vida de todos los días
cometemos errores. Cada segundo que pasa se cometen: Asesinatos, adulterios,
robos, menosprecios, violaciones, abortos, fraudes. El hombre es débil, es
pecador.
Corremos el riesgo de
confundir el pecado con el pecador, de juzgar al hombre por su debilidad.
Llevamos en nuestro interior
la tendencia de destruir a nuestros hermanos.
El tema de pensar bien de
los demás, de perdonar y olvidar todo, no está de moda.
El octavo mandamiento de la
ley de Dios nos pide una actitud de sinceridad en nuestro modo de ver a
nuestros hermanos.
El falso testimonio se puede
entender como ver y declarar, nuestro modo de ver a los demás.
Una buena receta puede ser:
Creer todo el bien que se oye y no creer el mal que se ve.
La vida del hombre es plena
cuando de busca hacer el bien a los demás.
Del juicio precipitado se
suele pasar a la maledicencia, a comentar con una desgradable las malas
acciones de los demás.